La marea es propicia y la tripulación estará avisada para la hora de partida en la faena de hoy. Aparte del cebo que se mantiene vivo en los viveros, los depósitos del barco tienen que aprovisionarse de hielo en los depósitos situados en la popa de la embarcación y cuya función será mantener fresca e lo más intactas posibles las capturas y hasta el momento del desembarque en la lonja. La dimensión del barco y de sus depósitos adivinan la importancia de la pesca que puede alcanzar, tanto por el numero piezas que puede acaparar en una jornada como el tamaño de estas.
Las máquinas preparadas, los depósitos llenos de hielo, la carnada refugio, repostado de fuel el barco y los avisos dados de salida a la gobernación, apresura la salida con ya toda la tripulación preparada y lista de avituallamiento que generalmente consiste en unos ricos bizcochos y agua fría.
Decimos “hasta luego” a la figura del Corazón de Jesús y apuntando a África ponemos rumbo al Estrecho situando el barco en el medio de la corriente que atisba el fin del Mediterráneo ya embarazado con el Océano Atlántico. Conocedores de nuestro propósito diario, en seguida notamos la compañía de los delfines, en esta ocasión los veloces alistados que nos acompañan por sotavento en un navegar fácil, alegre y festivo, anunciando el festín venidero.
Entre que se realizan las tareas de búsqueda y esta encuentra fortuna, los marineros cada uno en su faena se preparan para que en el momento de la pesca esté todo listo y con el menor de los márgenes en el momento crucial de la captura. Se despierta a la carnada que permanece en el descanso del fondo del vivero. Para ello se utiliza una tecnica de lo más ingeniosa que consiste en tapar la ventana superior del vivero con una madera de color negro que simula la oscuridad de la noche. Esto alerta al pescado que ejerce un movimiento natural e intuitivo hacia la parte alta del vivero, como si en la defensa de la noche acudiera a la búsqueda de su propio alimento. Es el momento en que se opera con un cerco para recoger la carnada fresca y que esta esté ya preparada para el momento que se requiera de su función.
La pesca no es inmediata, el patrón es quien tiene que ir en la búsqueda de la captura agrupada en bancos detectados por el radar. El radar dibuja los grupos en formas pero esto, a simple vista no determina de qué pez está compuesto. Es la combinación del uso del radar con las emisiones sonoras del sonar la que nos da cierta certeza que la identidad del grupo, pudiendo acertar con el atún rojo por la densidad sonora del registro, además de su profundidad. Se sabe que el atún residual del estrecho navega a poca profundidad y es típico de estos meses otoñales del años. Su dimensión ronda entre los 40-60 kgs. por lo que el rebote intenso del sonido y la frecuencia apuesta por que estamos cerca ya del banco.
Los indicios son claros y la derrota franca en dirección ya acelerada hacia la coordenadas que nos marca radar y sonar, con lo que se acelera el rumbo y tomamos posición dentro de la embarcación donde todos se reparten su hueco dentro del barco. Los delfines, que no nos abandonaron en ningún momento, saben que su momento se acerca y desde la proa, a incluso a una velocidad aún mayor que la del propio barco, parece que tiran de él como si por ellos mismos fuesen poseedores del emplazamiento del atún.
La mar picada, en nuestro rumbo, empieza a enseñarnos una planicie en cambio de azul que dibuja una larga franja en la superficie del mar y que nuestro patrón plasma en el nombre de “hileros”. Se trata del fin del oleaje que viene del atlántico descansado la fuerza del empuje del mar en una planicie que facilita el nado del atún y a la vez de su alimentación, ya que la especies menores que suponen su alimentación, quedan atrapadas en un cerco de aguas bravas. Ahí nos dirigimos y realizamos la maniobra de para motores para pescar, conocido en el argot marinero como calar(¿?)
Y ¡Yesca!. Se procede al calado del barco, paramos motores y se comienza la verdadera acción de pesca. Para que acuda el atún se lanza la carnada a la superficie cerca del barco. Para ello se toma la “lacha” del vivero tomando el zalabar que es un utensilio de red en forma de bolsa cerrada por un pico y una abertura suficiente garantizada por el pase en un aro del que termina un mango que agarra el pescado para atrapar y lanzar el cebo.
El cebo fresco es arrojado y caer al agua inicia un nado, rápido y brillante, que indica su frescura y atrae como delicatesen tanto a los delfines que cobran su compañía desde el inicio de nuestra travesía, como a los atunes en forma y aceleración cómo bólidos que abandonan cualquier otro alimento para hacerse con tal agape.
La presencia del atún despeja la zona de los cetáceos quienes su natural inteligencia le hace distinguir la sardina libre del anzuelo, del gancho mimetizado con que se captura el atún. Es ahora cuando se toma la caja de anzuelos preparadas en las horas de secano en el muelle y se sacan uno a uno para engarzarse con el engaño de la carnada. El sedal se engancha a un cordel de mayor grosor y la carnada profunda es lanzada para que el engaño acometa su función dentro del rolar de inmenso desorden y frenesí en que se ha transformado la hilera.
Uno a uno se van tensando los cordeles y el tacto del pescador en el inicio de la recogida aventura el éxito de la captura. El atún ha picado y es ahora el momento de iniciar la recogida. Hoy no hemos empleado más arte que sedal y anzuelo, con lo que la captura se presume igualada al esfuerzo de los formados brazos de los marineros que con medida frecuencia se disponen a acercar la pieza a la banda de barlovento para ayudar el trabajo del rescate.
La tripulación enfilada se turnar las tareas según les llega la oportunidad de la captura de forma que se continúa lanzando cebo, enganchando carnada, realizar la captura y recoger.
El primer atún de la hilera se acerca en la labor de recogida y los tirones se pronuncian lo que endurece el tramo final de acercamiento a la superficie. Es el momento de emplear el “atenuador” que emite un sonido molesto para nosotros y estridente para el pescado que ejerce sobre él un efecto de aletargamiento con dos objetivos en su molesto ruido: por un lado, adormecer al animal y favorecer su captura y, de otro, impedir que la lucha final del pescado en su afán por volver al mar provoque heridas vencidas con el contacto del choque agresivo con el costado del barco con la intención de preservar intacta la carne y que esta llegue con la mayor calidad posible a su destino final en la lonja.
La presa se atisba y es el momento de recoger el fruto de trabajo con la ayuda del bichero, un utensilio que tan marinero como el propio barco y que en su infinidad de usos dentro de él, ahora toma el protagonismo del último tirón que alcanza el atún hasta la cubierta abandonando definitivamente su medio natural del mar.
El atún ya acostado en cubierta, aún es un animal que en su fortaleza se mantiene vivo en un proceso agonizante. Tanto para impedir su sufrimiento como para mantener intacta la calidad de la carne y que esta no se vea alterada por la emisión de ácido láctico que provoca el esfuerzo de agonía del músculo, se procede a su sacrificio mediante la técnica japonesa del Ikejime que se realiza en la misma cubierta del barco el costado de barlovento donde se cobró el atún y donde se realizan las tareas consecutivamente una detrás de otra en perfecta sincronía cual cadena de montaje. El ikejime se ejecuta en varios pasos perfectamente determinados que comienzan con un punzamiento en costado del animal apuntando al pulmón y que provoca un borbotón explosivo en el comienzo del desangre. De ahí, el marinero se dirige a la cola del animal y le provoca un segundo corte limpio que canaliza la salida de la sangre hasta el final de su cuerpo para invitar concentración de sangre y hematomas internos. Luego, se busca la branquia del animal para provocar otro corte que dará salida a la sangre concentrada cerca de la cabeza. El pez está inmovilizado y se reposiciona en forma axial y perpendicular entre los pies del marinero quien busca en el frontal de la cabeza del atún y su entre ojos, una mancha azul característica donde practicar una limpia incisión para introducir el alambre que circulará toda la línea espinal hasta provocar la muerte final del pescado que quedará acostado
Es el momento de finalizar el desangrado total del pescado para que quede absolutamente limpio para lo que se practica el correr del agua en el interior del animal desde la branquia seccionada previamente. Antes se desanzuela la boca del animal que parece que aún nos observa desde la brillantez de su ojo. En ocasiones, la velocidad con que el animal se arroja a la carnada es tal que el anzuelo es expulsado desde el interior con la fuente de agua a presión de la manguera y al que acompaña otras alimentos aun dentro del estomago del atún como pequeños crustáceos y otros peces además de algas.
La fila de atunes acostados se va alargando y el momento de ir almacenando en el depósito que está ya preparado con el hielo amontonado. De esta forma, el costado va quedando libre para continuar con la pesca de los atunes que siguen picando en el fondo y se deben cobrar. El almacén en su blanco hielo, va recibiendo las capturas que se amontonan desde dentro por uno de los marineros para que lo que se ayuda de una polea que facilita la introducción del animal en la cabina sin perjudicar la integridad de la carne.
El movimiento continuo de los marineros en la cubierta del barco nos obliga a movernos hacia la popa desde donde se sigue lanzado carnada con sedales más largos para evitar el roce con las hélices. Es el momento donde podemos observar el Fondeo de otros barcos alrededor del banco de atún dibuja un increíble paisaje de continua acción que nos permite disfrutar la pesca desde el lado del avistamiento exterior, donde el brillo de los atunes capturados subiendo por el costado no deja más que aumentar la memorabilidad de esta jornada de pesca. La estampa de los diferentes colores de los barcos en continuo trabajo de los marineros sobre el fondo africano intensifica aún más la experiencia donde la labor común inspira un fuerte sentimiento de camaradería de los pescadores de la cofradía de Tarifa en sus 100 años de historia.
La pesca tras más de una hora de esfuerzo continuo se da por terminada y con al almacén bien distribuido en las capturas del dia y en el fresco mantener de hielo administrado. Se inicia la recogida de los elementos de las artes que se han empleado durante toda la jornada, apartando los que ya serán inservibles y que se de se dirigieron correctamente al punto limpio localizado dentro del puerto pesquero de Tarifa.
Ponemos rumbo de vuelta y con más hincapié, nuestro patrón utiliza el satélite para trazar una singladura expedita que evite cruzar con los otros barcos que planean sobre el área del Estrecho. La vuelta nos permite observar la actividad marítima de esta área y disfrutar de otras prácticas de la navegación. Así, además del tráfico marítimo de inmensos cargueros de puzzles coloreados de contenedores, podemos ver transatlánticos que entran o salen del Mediterráneo en un navegar más costero, junto a aventurados veleros que finalizan su jornada de disfrute de esta impresionante localización geográfica que como colofón nos regala la impresionante belleza al fondo del apuntado Peñón de Gibraltar que se enfrenta al sol en su caída hacia poniente reflejando un tenue color dorado sobre su caliza piedra.